sábado, 7 de abril de 2007

LEATHER Y MASCULINIDAD I


¡Yo quiero ser un macho man !
La “representación” camp de la masculinidad
en la identidad gay-leather

Alfonso Ceballos Muñoz
Publicado en Hartza

Desde los años 50 se venía fraguando la imagen del “macho” promocionada por los medios de comunicación de masas y convirtiéndose así en toda una convención cultural.
Dicha convención reside en el cambio cultural respecto al cuerpo masculino producido en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y los años de la post-guerra.
La exhibición de poder, vigor, fuerza y masculinidad agresiva favorecía una imagen nacional que regresaba al antiguo mito de los conquistadores del oeste: hombres rudos, fornidos y arrojados que con trabajo y sudor consiguen levantar un país. Michael Bronski lo especifica de esta forma:

La presentación del cuerpo masculino en la cultura norteamericana comenzó a cambiar después de la Segunda Guerra Mundial. Los hombres que regresaban de la contienda se sentían más a gusto con su aspecto físico. Las fotos en revistas como Life y Look mostraban soldados y marines (casi todos de raza blanca) informalmente descamisados o haciendo gala de cuerpos musculosos trabajando en la base o en el frente. Después de la guerra, que los hombres cubrieran sus torsos en la playa era una práctica aceptada, moda que cambió cuando las fuerzas armadas, en un intento por conservar su personal, distribuyeron sólo bañadores para sus tropas. (cfr. Bronski 1998:89).

Desde entonces, la publicidad, el cine, las artes figurativas y la música contribuyeron a construir una imagen consciente de la masculinidad, al poner el énfasis sobre todo en códigos heteropatriarcalmente asumidos y al elaborarlos con patrones comportamentales marcados como viriles.
La masculinidad se leerá por lo tanto como “no-debilidad” y, así asociada a valores tales como la fuerza, el control, la impasibilidad y la agresividad.

Son los Estados Unidos, que no tienen rival cultural, los que indiscutiblemente han impuesto al resto del mundo su ideal de masculinidad.
Como ejemplos significativos nos remontaremos en el tiempo hasta tres iconos culturales norteamericanos que han servido de modelos cooperando en la construcción de esta hipervirilidad y que posteriormente fraguarán en la identidad gay-leather: Marlon Brando en la película Salvaje, el vaquero de Marlboro y, ya en los años 80, Arnold Schwarznegger como Terminator.

En la cultura norteamericana de los años 50, la imagen del delincuente juvenil estaba fuertemente ligada a la erotización del cuerpo masculino y la homosexualidad.
El rebelde masculino era considerado una amenaza para el género, la familia y el orden social. Soltero, demasiado masculino y sin ningún compromiso con mujeres que pudieran domarlo, el rebelde masculino sólo podía causar problemas.
En la película Salvaje (The Wild One, 1953) –epítome del rebelde adolescente- un hombre asustado de clase media le pregunta a un Marlon Brando en atuendo de cuero y montado sobre una Harley: “¿Contra qué os rebeláis los adolescentes?” a lo que responde “¿Qué es lo que ves?”. El salvaje que Brando mostraba era difícil y peligroso de conocer.
La popularidad de la película no radicaba en su perspicacia social sino en su atractivo sexual, particularmente el de Brando.

Para la cultura hegemónica la imagen del salvaje –al igual que el miedo y la excitación que provocaba- se asociaba con su implícito homoerotismo.
Los textos de psicología de la época establecían una conexión entre el “rebelde” social y el homosexual. La soltería del homosexual masculino –su naturaleza predadora y sexualmente promiscua, unido a su incapacidad para sociabilizar- era una patología destacada en la literatura psicoanalítica de los años 50.
Los hombres sin mujeres eran peligrosos; el cuerpo masculino erotizado era un cuerpo peligroso. La lacra social de la delincuencia se convirtió en equivalente de la enfermedad social de la homosexualidad. En palabras de un psicoanalista de finales de la década, los homosexuales eran sencillamente: “asustados fugitivos de las mujeres, que huyen despavoridos a ‘otro continente’” (cfr. Bergler 1961).

A través de los años 50, la cultura hegemónica fue construyendo estas imágenes de delincuencia juvenil y huída de lo femenino como extremadamente eróticas. El delincuente joven y blanco se convirtió en el símbolo antitético de la sofocante seguridad de la heterosexualidad institucionalizada. Tanto una amenaza como una fuente de placer indirecto, era simultáneamente el “forajido” que violaba la ley y reafirmaba la supuesta naturaleza del orden natural de la heterosexualidad.