Foucault y su laboratorio de experiencias sexuales
Por Carlos Figari (·)
Para Foucault la experiencia de la heterosexualidad moderna tiene dos momentos: en primer lugar el “cortejo” del hombre a la mujer, en una segunda instancia el sexo.
Como la prohibición que históricamente pesó sobre los homosexuales nunca les permitió elaborar una forma de cortejo, su experiencia se concentró en el acto sexual y en su intensificación.
Por ello los gays tendrán formas diferenciadas de relacionarse y respecto de una frase de Casanova que rezaba: “El mejor momento del amor es cuando subimos las escaleras”, Foucault le contraponía otra para el caso gay: “El mejor momento del amor es cuando el amante se está yendo en el taxi”. “Es el momento cuando ya se realizó el acto y el muchacho se fue, y comenzás a recordar el calor de aquel cuerpo, el encanto de su sonrisa, el tono de su voz...” Lo que sería verdaderamente importante en la homosexualidad no es la anticipación del acto sino el recuerdo del mismo.
Así sucede también con el sadomasoquismo, en tanto la imaginación canalizada en el juego erótico que implicaba el cortejo pasa a ser dedicada a la intensificación del acto sexual.
A esto denominaba Foucault un “laboratorio de experiencias sexuales”, donde especialmente la relación Amo-Esclavo sería como un juego de ajedrez, al mismo tiempo regulado y abierto y en donde cualquiera de los dos puede ganar o perder. El amo puede perder si no satisface las demandas de la víctima y ésta puede perder si no es capaz de reaccionar ante los estímulos del amo.
“Esa mezcla de reglas y aberturas intensifica las relaciones sexuales al introducir una novedad: una tensión y una seguridad perpetuas que no existen en la mera consumación del acto”.
Sin olvidar, por cierto, abrir el juego para utilizar cualquier parte del cuerpo como instrumento sexual. Lo interesante del SM sería así para Foucault la “desexualización del placer”. O sea, buscar nuevas y creativas formas de placer a partir de objetos o partes del cuerpo no usuales, descartando la creencia de que la fuente de todo placer es sexual y que, a su vez, éste sólo deba proceder del placer físico.
Foucault manifestaba un gran entusiasmo por lo imprevisible de las relaciones que podrían llegar a ser creadas en el mundo de las sexualidades periféricas. Pero también percibía, con su acostumbrada agudeza, que no era la perfomatización de lo femenino ni aun lo sexual lo que causaba escándalo –ni lo que sería perturbador o subversivo–, sino la “forma de vida gay”. La posibilidad de desarrollar “relaciones intensas y satisfactorias” que no encajen en los moldes usuales del heterosexismo: “Lo que muchas personas son incapaces de tolerar es la posibilidad de que los gays sean capaces de crear tipos de relaciones no previstas hasta ahora”.
Los aportes de Michel Foucault al campo de los estudios gay-lésbicos y a la teoría queer son incuestionables, aunque intentar situarlo es una impostura que él mismo nos cuestionaría: “No, no estoy donde ustedes tratan de descubrirme sino aquí, desde donde los miro riendo”.
(*) Doctor en sociología, investigador del conicet/unca
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